Desperté en los ojos del amor. Un ángel me vino a visitar. Envío a uno de sus hombres a enamorarse perdidamente de mí y yo de él. La luna llena ardía en fuego, brillaba y los cráteres de aire del volcán hacían erupción y me rendí perdidamente en ti. Quise navegar en ti, así que tomé mi balsa y remé en dirección a tus ojos que se acurrucaban en mis lágrimas y las tuyas.
Fabricamos pedazos de arcilla cubriéndonos todo el cuerpo y el alma. Me envenenaste de tu luz y caí, me desvanecí de tanto amor, gratitud y amor. Dios nos encontró y la princesa de fuego nos unió. Hicimos promesas de cuidarnos, protegernos, adorarnos e ir hacia adelante. Entonces nos volvimos guerreros vestidos de blanco y oro. Nos poníamos a combatir contra cielo, mar y tierra matando los buitres que no entendían nada del amor. Cada vez crecía más esta unión.
Las aguas se fueron relajando, nos envolvían y rezábamos a los ángeles, los cuales nos regalaban su sabiduría y sus alas. Nos enfrentamos a muchas adversidades, pero siempre hubo mucha unión y mucho amor. Combatimos de manera misteriosa nuestros miedos y nos enfrentamos a un gran paraíso lleno de gran amor.
Me volví un huracán totalmente amando a mi tornado, nos juntábamos e íbamos tomando espacio, nos hacíamos fuertes, nos volvíamos los héroes de muchos e inspirábamos a muchos a conocer más y a creer más en el amor. Cuidábamos y protegíamos nuestras debilidades y nos dejábamos ser como dos golondrinas yendo de un lugar a otro.
Poco a poco fuimos conociendo cada uno de nuestros defectos, mismos que decidimos amar, la tierra quiso hacer una gran celebración. Tomamos vino esa noche como dos alcohólicos enamorados sin parar de bailar y de cantar.
La loba empezó a aullar con todas sus fuerzas, llegaste en mí y te acurrucaste así, entonces nos volvimos en los reyes que no paraban de mirar juntos hacía adelante. Me estaba volviendo loca porque no podía contener tanto sentimiento hermoso orquestado por los 7 arcángeles. Y nuestras almas cada vez se unían y amaban más.
Entonces apareció un becerro de ojos tiernos y lloramos juntos de tanta alegría. Cantábamos, jugábamos, nos reíamos, dormíamos y luego volvíamos a soñar juntos despiertos. Era un sueño hecho realidad. ¡Qué reino tan maravilloso acabábamos de celebrar!
Así pasaron los años, meses, días de luz, noches de sombra, y soñábamos día con día en ser muy felices. En cada momento presente hacíamos decretos de amor. Habían veces que nuestro reinado se veía sacudido, pero el amor nos hacía curar todos los pequeños detalles, nos acompañábamos y enfrentábamos cosas de la vida y de la muerte y nos dábamos todo por el todo. Yo te daba lo mejor de mí y tú lo mejor de ti.
Y así nuestros cuerpos fueron envejeciendo pero nuestras almas lucían más gloriosas que nunca. Y nos conectábamos tan bien que fuimos felices en el Nirvana, el hogar del aire y del fuego. De la dicha del amor, la unión y la paz. Maduramos nuestro amor y lo llevábamos al siguiente nivel. Todos los viajes que hicimos juntos incluyendo los físicos, los del alma y los del ser, nos los llevábamos, pero siempre permanecimos siendo los leones, aquellos que se volvieron salvajes. Sí, trascendimos este regalo de amor, nos convertimos en polvo, pero en amor para muchas generaciones que siguieron por delante.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario